Somos polvo de estrellas

Porque somos polvo cósmico de estrellas que colapsaron en su viaje por el universo.

Historia breve de un encuentro memorable

¿Cuántas veces no nos hemos enamorado de un desconocido en la calle? El metro, el autobús y las salas de espera guardan más historias de amores fugaces e imposibles que una novela, y esta, es una de ellas.

¿Está muerto el periodismo tradicional?

El siglo XXI ha traido consigo un auge del periodismo digital a través de las redes sociales. ¿Puede el impreso sobrevivir a esta generación?

El poder de imaginar

Hace algunos semestres tuve la oportunidad de escribir este texto para una tarea de Taller de Redacción. Considero que es perfecto para la resurrección del blog. ¡Esta vez con imagen renovada!

El ajedrez de la Guerra Fría: Superman, Red son

Superman, junto al pie de manzana, es uno de los mayores iconos de la cultura norteamericana. Difícil imaginarlo en un contexto diferente, pero aquí, abordaremos este cómic que da que hablar.

jueves, 21 de marzo de 2019

Cinco días en las sombras

Foto cortesía Efecto Cocuyo


La noche se hizo eterna. La negrura espesa me llama, me envuelve. Solo los hijos de la oscuridad saben cuánto brilla una llama de esperanza.

Pero el negro reina, el calor sofoca y el frío da tembladera.

Blackout total...

Cuida tu nevera, toca cacerola. Revienta esa mierda. Acuérdate de Nicolás y toda su ascendencia. Hasta para los ateos existe el infierno.

Me dejo tragar por las sombras. Engullen mi carne, me arropan. Estoy cansado de tanto dormir y apenas son las once. Cuento los segundos para alba, y no hacer nada.

Caigo en el abismo. Me consumo como esta vela. La negrura densa me llama, se vuelve sólida. Me enceguece. Quiero gritar, pero hasta mi voz se ha ido.

Ciego, sordo, mudo...

Cuenta historias de fantasmas, prende una hoguera. En la sala toman café la ánimas y en la escalera hay un infinito de estrellas.

Pasan las horas. Solo los hijos de la oscuridad saben cuánto pesan los pecados de sus padres. Se enchufan a una frecuencia muerta.

Blackout total...

La noche se hizo eterna. ¿Por cuánto tiempo?
La negrura densa me llama... Y le respondo.
48 72 96 100 horas no son suficientes.

domingo, 4 de marzo de 2018

Una clase de historia: 5 presidentes venezolanos que murieron en el cargo


Existen acontecimientos que marcan un antes y después en la historia de las naciones. La muerte de un presidente es, sin dudas, un hecho que conmociona a la sociedad debido a que tendemos a colocar en un pedestal a nuestros líderes, olvidando que una parte de la esencia humana es su mortalidad, (Aunque a veces, ni ellos parecen pensarlo).
Que un gobernante fallezca durante su mandato es algo más normal de lo que se cree, sobretodo cuando permanecen por mucho tiempo en el poder. Esto se ve comúnmente en sistemas monárquicos con reyes vitalicios, donde cada tanto se realizaban pomposas ceremonias fúnebres para despedir al regente muerto y coronar a su heredero. Mismo caso es el de la antigua Unión Soviética, donde irónicamente, se daba el mismo procedimiento con los grandes cabezas de la Revolución Comunista, como ocurrió con Lenin, Stalin, Brézhnev, Andrópov y Chermenko.
En Estados Unidos, han vivido esa experiencia ya ocho veces, de las cuales la mitad fueron magnicidios. Aún así, bien sea por ser el último o el más impactante, la opinión pública siempre suele centrarse en el asesinato de Jhon F. Kennedy, ocurrido en 1963, al punto que muchos norteamericanos recuerdan perfectamente lo que hacían al momento de escuchar la noticia, hace ya 55 años.
Puedo aventurarme a decir que todos recordamos lo que hacíamos aquella tarde del 5 de marzo del 2013. A nadie le tomó desprevenido la muerte del presidente Hugo Chávez, quien ya venía padeciendo un cáncer terminal desde hacía meses. Sin embargo, las imágenes de la Capilla Ardiente en la Academia Militar y las largas filas de dolientes quedaron en la memoria de muchos, sin importar su ideología, pues Venezuela no es un país acostumbrado a la muerte (al menos no lo era antes), y constituyó un suceso que no se veía desde hacía varias generaciones.
A pesar de esto, ya antes habían ocurrido eventos similares, por lo que es conveniente desempolvar los libros de historia y repasar a otros 5 presidentes venezolanos que también murieron durante su gestión:

 Manuel Ezequiel Bruzual: El soldado olvidado

Es curioso que el primer presidente en morir en el cargo, sea uno de los más desconocidos por todos. Es que tampoco juega a su favor el haber estado al frente de la nación tan sólo unos pocos meses. Manuel Ezequiel Bruzual (1830-1868) fue uno de esos interesantes jefes militares opacados por los grandes caudillos. En su historial, tiene el haber luchado en la Guerra Federal del bando de los liberales, donde se ganó el apodo de el soldado sin miedo por estar siempre en el centro del campo de batalla. Con la victoria de los federalistas, fungió como Ministro de Guerra y Marina, y luego, como Jefe del Estado Mayor del Ejército durante la presidencia de Juan Crisóstomo Falcón.
En 1867, explota la Revolución Azul, dirigida por José Tadeo Monagas, por lo que Falcón renuncia el 25 de abril del '68, dejando a cargo a Bruzual para contener la enorme avalancha que se le venía encima. Resistió por tres meses, pero Caracas cayó el 28 de junio y Bruzual debió huir con menos de 300 hombres a Puerto Cabello.
Aquí hay un punto controversial: Si bien es cierto que a partir de ese momento, podía considerársele como un mandatario derrocado por el triunfo de Monagas y los azules, considero personalmente que Bruzual merece estar en esta lista y ser reconocido como el primer presidente muerto en el cargo de nuestra historia, porque aún sitiado en Puerto Cabello, se declaró todavía en el ejercicio de sus funciones y coordinó un intento para retomar la capital que no llegó a darse. 
Como Leónidas, sus 300 hombres no fueron suficientes. Resultó gravemente herido durante un combate el 12 de agosto de 1868, muriendo exiliado en Curazao dos días después.
Falcón, tan caballeroso, mandó a enterrarlo en la ciudad de Willemstand, sin ningún honor militar, en una fosa sin nombre. No sería hasta 1873 que Antonio Guzmán Blanco repatriaría sus restos al Panteón Nacional. Hoy, aunque hay municipios y pueblos con su honónimo, no es Falcón, sino la apatía histórica y la selectividad por los personajes que recordamos, lo que le mantiene enterrado en el olvido.


José Tadeo Monagas: El Sí, pero no

Con este existe algo de polémica, y vale la pena entrar en contexto para comprenderlo. José Tadeo Monagas (1784-1868) gobernó el país en tres oportunidades: La primera, entre 1847 y 1851, donde se rebeló contra la hegemonía de Páez y sus gobiernos títeres; la segunda, entre 1855 y 1859, donde intentó consolidar su propia hegemonía junto a su hermano, que terminó abruptamente por un golpe de Estado y desembocó en la Guerra Federal. La tercera, fue en 1868 tras derrotar a Bruzual en la Revolución Azul, y duró hasta su muerte ese mismo año (Dulce karma).
El problema que hace a Monagas bailar en un limbo, entre si murió o no en funciones, está en que, a pesar de ser la cabeza de la revolución y preparar a todo el Congreso para presentarse a la Presidencia como el obvio candidato ganador, el destino le jugó una cruel broma y falleció de una pulmonía el 18 de noviembre, en plena campaña.
Si no llegó a asumir la presidencia, entonces, ¿Por qué está en la lista? Pues sencillo: Monagas era quien daba las órdenes. Aunque el mandato interino recaía en Guillermo Tell Villegas, era José Tadeo el que realmente dirigía desde su cargo como Comandante en Jefe del Ejército. Además, es evidente que las elecciones estaban hechas a su medida para que ganara, tanto así, que tras morir, fue su hijo José Ruperto quien ocupó su lugar y terminó siendo nombrado. Así, Monagas arrebató a Bolívar y a Páez su aspiración de ser el primer caudillo venezolano en morir en la silla presidencial.  

Francisco Linares Alcántara: La muerte misteriosa

Otro presidente pasado por alto en los cursos de historia, es Francisco Linares Alcántara (1825-1878), quien gobernó el país entre 1877 y 1878 (De forma legítima, para variar) bajo el apoyo de Guzmán Blanco. Aunque estuvo sólo un año en el poder, fue conocido como El Gran Demócrata, por romper con varios paradigmas del Guzmancismo y dar amnistía a los perseguidos políticos. También envió al Panteón Nacional los restos del Dr. José María Vargas, lo que se agradece.
Linares ya se había ocupado de la presidencia interinamente durante el septenio del "Ilustre Americano", por lo que era de su entera lealtad y confianza; pero cuando le tocó mandar por su cuenta, se deslindó bastante de él e incluso apoyó de forma discreta la ola de protestas anti-guzmancistas que sacudió la nación por esos días.
Aunque su período iba a ser de sólo tres años, no pudo concluirlo pues, en 1878, enfermó gravemente durante un viaje de Caracas a La Guaira, y murió el 30 de noviembre de un paro respiratorio tras nueve días de agonía. Aunque oficialmente se tiene que una bronquitis fue la causa inicial de su deceso, actualmente se ha extendido bastante la hipótesis de que fue envenenado en un banquete. En un artículo publicado en el portal abrebrecha.com, Adalberto Pérez Ramírez no duda en sospechar que el propio Guzmán Blanco pudo ser el autor intelectual del magnicidio debido al roce entre ambos y que, posteriormente, fue él quien lo sucedió para mandar otros cinco años más.
Para muchos puristas históricos, Linares Alcántara es el verdadero primer muerto en la presidencia, y constitucionalmente lo es, a pesar de lo que ya he argumentado antes. Lo cierto es que con él, los venezolanos vieron su primer funeral de Jefe de Estado. Apenas un mes después de su muerte, fue llevado al Panteón Nacional por orden del presidente encargado, Jacinto Gutiérrez.

Juan Vicente Gómez: El vitalicio

He hablado mucho sobre hegemonías ya: Páez, Monagas y Guzmán Blanco quisieron ser, cada uno a su manera, un "Padre de la patria" para mantenerse en el poder hasta su muerte; pero sólo Monagas lo logró, y a medias. Pero si hubo una figura que sí pudo imponerse por más de 27 años en la silla hasta que lo sacó la Parca, fue el "Benemérito", Juan Vicente Gómez (1857-1935).
Tuvo el que quizás fue el mandato continuo más largo de la historia nacional, aunque ciertamente se apoyó de gobiernos títeres como Gil Fortoul, Juan Bautista Pérez y Victorino Márquez Bustillos (Quien aspiró a la presidencia legalmente en 1941, pero de haber ganado estaría hoy en esta lista). Evidentemente los puso para mantener la facha constitucional, pero por breves y poco relevantes, es más usual decir que Gómez gobernó corrido durante todo ese tiempo, pues nunca dejó de estar a cargo de las Fuerzas Armadas.
Llegó al poder a través de un golpe de Estado a su compadre, Cipriano Castro, y repasar los pormenores de su régimen sería extenderse más de lo necesario en algo que ya es altamente conocido. Pero hay que decir que, en su dictadura, cambió la constitución cuando quiso, controló los poderes públicos a su antojo, persiguió brutalmente a sus disidentes y se rodeó de aduladores que lo elevaron al pedestal más alto. Fue vivo ejemplo de la frase de Bolívar, "Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el Poder...", sin embargo, al ser tan odiado y amado en partes iguales, hace inevitable ver la similitud con el otro presidente que cierra la lista y motivó la creación de este artículo.
La muerte sorprendió a Gómez envejecido, con 78 años, en su quinta de Maracay, tras luchar penosamente con el colapso de su cuerpo, entre la diabetes y problemas de la próstata. Falleció el mismo día que El Libertador, cosa que ha sido puesta en duda muchísimas veces por varios escépticos. La Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina (1982) asegura que sí murió en esa fecha, pues existe registro de que, después de sufrir un paro cardio-respiratorio el 15 de diciembre, aguantó hasta la noche del 17.
"Estaba somnoliento, pero conservaba el conocimiento ya que conversó con su hijo Florencio a las 3 de la mañana del día 17 de diciembre y en la que le preguntó por el piloto Pombo, de quien tenía un buen concepto y también por Luis Branger, su compadre, lo mismo el día que era del mes, a lo cual al contestarle que era diecisiete de diciembre le respondió: Ajá, qué bueno, qué bueno.." (p. 101).

Carlos Delgado Chalbaud: La bala que cambió la historia

Después del Gomecismo, Venezuela se embarcó en un largo y atropellado camino hacia la democracia. En 1948, el primer presidente electo por voto universal, directo y secreto, Rómulo Gallegos, partía derrocado por un Golpe Militar. Para el mayor de sus dolores, entre el grupo de jóvenes oficiales que entraron ese día en Miraflores estaba un hombre al que había apadrinado años atrás en el exilio, y que llegó a considerar un hijo putativo. Su nombre era Carlos Delgado Chalbaud (1909-1950), y pronto se convirtió en presidente de la Junta Militar.
Delgado Chalbaud ya había incursionado antes en aventuras de ese tipo, pues en 1945, jugó junto a su cuñado, un tal Marcos Pérez Jiménez, un papel importante en el golpe que sacó a Isaías Medina Angarita, y formó parte de la Junta de Gobierno, antes del trienio Adeco. Su gobierno, al igual que los antecesores que tuvieron su mismo destino, se caracterizó por marcar serias diferencias con respecto a los intereses del status quo, pues quería dar un rumbo constitucional a su mandato.
El 13 de noviembre de 1950, un grupo de más de veinte hombres, en cinco autos, interceptó el vehículo presidencial en la bajada del Country Club, cuando Delgado Chalbaud era llevado a su residencia en Chapellín. Los sujetos sometieron a la comisión presidencial y los llevaron a la quinta Maritza, en Las Mercedes, propiedad del millonario Antonio Aranguren. Al llegar, surgió un hecho irregular en el que los captores acabaron por disparar al presidente y su edecán, matándolos en el acto. En este portal, hay una crónica bastante buena sobre el suceso que recomiendo leer.
El autor del plan fue el ex-gobernador de Amazonas, Rafael Simón Urbina, quien tenía una vieja rencilla con Delgado Chalbaud, pues éste se negó a ayudarlo en un juicio por peculado que tuvo décadas atrás. Al igual que en el caso de Linares Alcántara, existe un seria suspicacia acerca del trasfondo que detonó el primer magnicidio de nuestra historia. Urbina, aseguró que actuó por cuenta propia para que Pérez Jiménez ascendiera al poder, aunque nunca pudo probar el vínculo entre ambos. No obstante, que el acusado muriera baleado por agentes de la Seguridad Nacional días después de ser capturado, hace volar cualquier cantidad de teorías, a veces justificadas.
Efectivamente, la muerte de Delgado Chalbaud abrió paso para la instalación de una de las dictaduras más polémicas del siglo XX.

Un país sin pasado

Con todo lo antes explicado, creo que ya he escrito suficiente como para hablar más en algo que sigue vivo en la memoria colectiva. Los detalles y consecuencias de la muerte de Chávez son un acontecimiento en pleno desarrollo, y aún tras pasar ya cinco años, siguen quedando muchas incógnitas dignas de todo el velo de misterio y sospecha que ha cubierto a los últimos difuntos presidenciales.
No obstante, quiero aprovechar para resaltar un hecho que resulta tan curioso como perturbador a la vez: Venezuela es un país donde ya no quedan ex-presidentes vivos. Rafael Caldera, el último presidente constitucionalmente normal que hubo antes de la llegada del chavismo, falleció hace ya nueve años, en una navidad. Ramón J. Velásquez, quien terminó el período del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993, falleció el 24 de junio del 2014 a los 98 años; incluso Octavio Lepage, quien fue interino por dos semanas tras la destitución de Pérez, nos dejó el año pasado a sus 93 años.
Como único remanso de gobiernos pasados, sólo queda el breve y caótico meollo del 11 de abril de 2002. Así, Pedro Carmona Estanga y sus 47 horas de gobierno fáctico, y Diosdado Cabello, quien asumió interinamente al restituirse el hilo democrático por ser vicepresidente, mientras Chávez regresaba de La Orchila, son técnicamente los últimos ex-presidentes con vida.
En las casi dos décadas que lleva el siglo XXI, el correr del tiempo ha pasado factura. La duración de un mismo proyecto ideológico, sin alternabilidad, esfumó los vestigios de otras épocas, de otros líderes que tuvo la nación.
La "Cuarta República" está en los cementerios. La "Quinta" también. Ahora tocará observar cómo continúa el paso de los años, y si en un futuro, se volverá a ver a los ex-presidentes alargando su legado desde los curules de un Senado y no como bustos fríos para visitar en sus mausoleos.


viernes, 29 de diciembre de 2017

(Sin)Sentidos


He estado ausente mucho tiempo. La frecuencia no es lo mío. No obstante, me gustaría cerrar este año 2017 con un poema. Me siento particularmente orgulloso de este, aunque como poeta aún estoy muy verde. Participó en el Concurso nacional de poesía joven Rafael Cadenas y llegó detrás de la ambulancia, pero con la dignidad intacta y ganas de echarle pa' lante. ¡Feliz año nuevo!



¿Quién eres?
Mírame como soy.
Rompe las líneas abstractas
de tu pensamiento condicionado.
La vida pasa como un relámpago,
y tú, impúdica santa,
te mueres a cada rato.

¿Qué quieres?
Escucha tus tripas rugir
de emociones jamás experimentadas.
Las botellas se acumulan en tu cabeza,
como dudas absurdas.
Nunca lo viste venir,
no es tu naturaleza.

¿De dónde vienes?
Jamás oliste el perfume del mar, 
ni quisiste atrapar al viento.
Eres paria de ningún lado, 
soledad que acompaña mis trazos.
Temes romper tu burbuja al llorar
y que tus lágrimas roben tu aliento.

¿Cómo lo haces?
Sentir en carne propia lo ajeno.
Bailas con pasión,
besas con locura,
y aun así eres sol de otra luna.
En tu piel se forma una constelación
y a mí me asalta un recuerdo.

¿Cuándo vienes?
Probarás el vino de la melancolía.
Tal vez fue mejor quedar dolido
tras las incongruencias de tu partida.
Quizás la noche no sea mi amiga,
pues cuando te escribo, vuelves,
y al amanecer, ya te has ido.


viernes, 10 de noviembre de 2017

Comegato llega a su recta final entre aplausos y cerveza



Caracas es una ciudad de balas y salsa brava. En ella convergen el pasado, presente y futuro, para contarnos el día a día de millones de historias, algunas a veces escritas con sangre.
Cada sábado y domingo a las cuatro de la tarde, el reloj echaba su cuenta para atrás, pero llegó la hora de detenerse. Con tres semanas a cuestas, Comegato llega a su último fin de semana haciendo retroceder el minutero.
Por sólo 10 mil bolívares, era una opción inevitable para pasar el finde.
Escrita por Gustavo Ott, esta versión del director Rafael Barazarte emergió del Festival de Jóvenes Directores Trasnocho, para instalarse en las tablas del Centro Cultural Chacao, desde el pasado 21 de octubre. 
La adaptación ofrece un giro renovador respecto a la original de 1997. Aquí, la sala La Viga se convierte en un espacio íntimo y acogedor que hace sentir al espectador, no sentado en una butaca, sino compartiendo la mesa de la pequeña taguara donde se desarrolla la historia, una que puede ser cualquiera de esta capital de madera rústica y cajones de cerveza, entre un cuadro de Héctor Lavoe y un cartel de "No fío" que sólo hace falta sentir el olor a cigarro para ponerse a leer una gaceta hípica.
Allí, las miradas espectantes se centraron en la figura solitaria de Natalia, interpretada por Maddy Hernández y Ana de Sousa, que nos narra una oda al caos y la decandencia de un país, condensada en su matrimonio con David (Luis Ernesto Rodríguez) y la ruptura de la cotidianidad tras la llegada de Rubén, alias "El Comegato" (Eduardo Pinto).
La atmósfera, emana unos aires de noir que se prestan al desarrollo de la trama, mientras cada acto o válida, se presenta en forma fragmentada, como un rompecabezas donde lo importante no es el desenlace, sino el cómo que va llegando en forma de dèja vu.
Risas y ceños fruncidos se confunden al ver una actuación muy natural y convincente, tan agridulce que se pierde el sentido de la comedia y el drama, de la misma forma en que los personajes van perdiendo la noción del bien y mal. 

Una regresión a la venezolana

Sobre el análisis de las connotaciones sociales que refleja la obra, galardonada con el Premio Municipal de Teatro y el de la Casa del Artista en 1997, mucho es lo que se puede decir acerca de los problemas de una sociedad descompuesta: La viveza criolla, la exaltación de la figura del malandro como antihéroe tropical y el trasfondo político de un país que convulsiona cada vez más entre crisis y crisis. 
Pero más que profundizar en estos tópicos, que siguen más vigentes que nunca a diez años del estreno realizado por Ott, la esencia de Comegato queda plasmada en la visión de Barazarte, quien declararía en marzo a Últimas Noticias:
“Escogí esta obra porque en este momento país nos muestra cómo se va desmembrando la sociedad y cómo hasta la persona con la mejor moral o los ideales más nobles pierde el norte por culpa de las necesidades. El negocio sucio, el guiso, esa trampa de la vida fácil tan presente en nuestra cotidianidad hace que abandonemos nuestra conciencia y dejemos de lado lo correcto para salir de nuestros problemas sin pensar en los demás. ‘Comegato’ muestra esa verdad incómoda y cómo cedemos ante lo urgente y nos traicionamos como personas, pero también como sociedad y país”.
Así, juegan elementos como la iluminación y el sonido para contarnos la historia más allá de las palabras. Cada canción en los interludios, cada irrupción del narrador hípico, es una metáfora de lo que ocurre en aquel bar, donde el reflector puede convertirse en un televisor y sumergirte en una carrera donde los protagonistas se juegan la vida.
Los ciclos se cierran, y tras una buena recepción tanto del público como de la crítica, Comegato presentará este 11 y 12 de noviembre sus últimas funciones. Aunque en un principio se consideró alargar su vida con algunas presentaciones en la Casa del Artista, nuevos proyectos llaman a Barazarte de regreso al festival organizado por el Teatro Trasnocho. 
Hasta entonces, tocará asistir a la recta final de esta obra y brindar una última cerveza, cortesía de la casa.

Comegato estará hasta el 12 de noviembre en la sala La Viga del CCCh.

jueves, 2 de febrero de 2017

El Cantante


Suena el pitido que anuncia el cierre de puertas del tren. Con una lentitud que ya se ha hecho emblema de la línea 2 del metro, las ruedas se mueven como pidiendo perdón. Adentro, la gente entra en una somnolencia que casi consume el alma. Algunos optan por conversar con el del asiento de al lado. "Ayer conseguí pasta en el Madeirense" presume una señora con orgullo, pues conseguir los productos más básicos se ha convertido en una epopeya homérica que merece ser contada. 
Una ventaja de quedarse en una estación terminal, es la capacidad de ver cómo el vagón va vaciándose con el paso de cada estación hasta el milagroso- y ciertamente inusual- momento de poder sentarse sin culpa aunque sea por un breve instante. A pesar de los asientos vacíos, hay una figura que permanece de pie en el centro del pasillo. "Ya va a empezar este a pedir" seguro piensan algunos, o esperan el momento en que saque de la bolsa de plástico bajo su brazo alguna chupeta o chuchería para vender. Sin embargo, sólo saca una botella de agua para beber, y es que para la gran mayoría de los usuarios regulares él ya es un personaje conocido.
Tenía tiempo sin presentarse por esos lares, por lo menos desde que despegó su carrera musical tras aparecer en un reconocido show de talentos imitando prolijamente a un ícono de la salsa. Por aquel entonces, era todo un personaje que amenizaba los viajes largos con sus lentes de sol y el cabello peinado hacia atrás. Hasta remataba el acto con un micrófono y una cornetica que ya no se daba abasto para la acústica, y más de una vez, hizo a los usuarios chocar las palmas al ritmo de sus más sonadas canciones.
Pero esta vez no tenía el micro, y estaba fuera de su personaje.
Ya no canta salsa brava. Con una parsimonia de voz y movimientos que asemejan al tren, un Lamento Bolivariano de Reynado Armas suena como una meditación personal en un tono, ya no de su característica energía, sino más melancólica, como de Felipe Pirela. Su canción hace a los presentes regresar a tiempos lejanos, idealizados tras la necesidad de afrontar el pesimismo de esta resaca petrolera.
"Yo no lo puedo admitir, que sigan robando, humillando, y hasta matando... ¿Qué dirá el Libertador?" canta el ahora trágico cantante mientras las caras largas se dejan ver en cada asiento, como una resignación colectiva a una realidad que cada vez oprime con más fuerza y un destino cada vez más incierto. El cantante va caminando, tomando agua, visiblemente más delgado de lo que se le puede recordar a pesar de aún mantener el mismo peinado hacia atrás y los rasgos faciales que evocan su personaje. Después de un tiempo desaparecido donde se habló de su efímero éxito en la televisión, su carrera cantando en fiestas privadas y hasta rumores de un disco que nunca se vio por ahí, esa tarde vuelve como en el reencuentro de un viejo grupo de rock, justo al escenario que lo vio nacer como artista, donde cosechó sus primeros fans y ganó su fama. 
Sigue su canción crítica, que no deja de saber a profunda tristeza en cada melodía. Al terminar, unas 5 o 7 personas le aplauden. Los otros, aún demasiado abstraídos en sus propios mundos de problemas cotidianos. El cantante, sin sonreír, pasa recogiendo los billetes de 20 y de 5 que le van dejando aunque no falta el ocasional caritativo que le tiende uno 100 con la esperanza de deshacerse de él antes de que termine de descontinuarse definitivamente.
No se sabe si ese acto fue un hecho aislado o si habrá sido un resurgimiento de su profesión como artista de metro -sin dudas, mucho más rentable económicamente que la de muchos artistas de estudio-  pero aquella tarde el personaje del salsero alegre y carismático de El Cantante prefirió cantar una melancólica llanera que sintonizó perfecto con todas las notas de esta sinfonía desafinada y discordante que se ha vuelto el país y el sentir de su gente, que ve como sus gobernantes se estancan en revivir las antiguas gestas independentistas cuando la verdadera batalla de hoy es contra la escasez, la violencia y la apatía.
El tren por fin llega al andén y antes de abrir la puerta, el cantante se pone a tararear las gaitas que suenan de ambiente a pesar de ya ser febrero. Quizás algún día vuelva a ponerse los lentes de sol y con la cornetica vieja, haga a todos aplaudirle como si su lamento de aquella tarde hubiera sido sólo una nota solitaria que quedó olvidada en una estación pasada.