Existen acontecimientos que marcan un antes y después en la historia de las naciones. La muerte de un presidente es, sin dudas, un hecho que conmociona a la sociedad debido a que tendemos a colocar en un pedestal a nuestros líderes, olvidando que una parte de la esencia humana es su mortalidad, (Aunque a veces, ni ellos parecen pensarlo).
Que un gobernante fallezca durante su mandato es algo más normal de lo que se cree, sobretodo cuando permanecen por mucho tiempo en el poder. Esto se ve comúnmente en sistemas monárquicos con reyes vitalicios, donde cada tanto se realizaban pomposas ceremonias fúnebres para despedir al regente muerto y coronar a su heredero. Mismo caso es el de la antigua Unión Soviética, donde irónicamente, se daba el mismo procedimiento con los grandes cabezas de la Revolución Comunista, como ocurrió con Lenin, Stalin, Brézhnev, Andrópov y Chermenko.
En Estados Unidos, han vivido esa experiencia ya ocho veces, de las cuales la mitad fueron magnicidios. Aún así, bien sea por ser el último o el más impactante, la opinión pública siempre suele centrarse en el asesinato de Jhon F. Kennedy, ocurrido en 1963, al punto que muchos norteamericanos recuerdan perfectamente lo que hacían al momento de escuchar la noticia, hace ya 55 años.
Puedo aventurarme a decir que todos recordamos lo que hacíamos aquella tarde del 5 de marzo del 2013. A nadie le tomó desprevenido la muerte del presidente Hugo Chávez, quien ya venía padeciendo un cáncer terminal desde hacía meses. Sin embargo, las imágenes de la Capilla Ardiente en la Academia Militar y las largas filas de dolientes quedaron en la memoria de muchos, sin importar su ideología, pues Venezuela no es un país acostumbrado a la muerte (al menos no lo era antes), y constituyó un suceso que no se veía desde hacía varias generaciones.
A pesar de esto, ya antes habían ocurrido eventos similares, por lo que es conveniente desempolvar los libros de historia y repasar a otros 5 presidentes venezolanos que también murieron durante su gestión:
Manuel Ezequiel Bruzual: El soldado olvidado
Es curioso que el primer presidente en morir en el cargo, sea uno de los más desconocidos por todos. Es que tampoco juega a su favor el haber estado al frente de la nación tan sólo unos pocos meses. Manuel Ezequiel Bruzual (1830-1868) fue uno de esos interesantes jefes militares opacados por los grandes caudillos. En su historial, tiene el haber luchado en la Guerra Federal del bando de los liberales, donde se ganó el apodo de el soldado sin miedo por estar siempre en el centro del campo de batalla. Con la victoria de los federalistas, fungió como Ministro de Guerra y Marina, y luego, como Jefe del Estado Mayor del Ejército durante la presidencia de Juan Crisóstomo Falcón.
En 1867, explota la Revolución Azul, dirigida por José Tadeo Monagas, por lo que Falcón renuncia el 25 de abril del '68, dejando a cargo a Bruzual para contener la enorme avalancha que se le venía encima. Resistió por tres meses, pero Caracas cayó el 28 de junio y Bruzual debió huir con menos de 300 hombres a Puerto Cabello.
Aquí hay un punto controversial: Si bien es cierto que a partir de ese momento, podía considerársele como un mandatario derrocado por el triunfo de Monagas y los azules, considero personalmente que Bruzual merece estar en esta lista y ser reconocido como el primer presidente muerto en el cargo de nuestra historia, porque aún sitiado en Puerto Cabello, se declaró todavía en el ejercicio de sus funciones y coordinó un intento para retomar la capital que no llegó a darse.
Como Leónidas, sus 300 hombres no fueron suficientes. Resultó gravemente herido durante un combate el 12 de agosto de 1868, muriendo exiliado en Curazao dos días después.
Falcón, tan caballeroso, mandó a enterrarlo en la ciudad de Willemstand, sin ningún honor militar, en una fosa sin nombre. No sería hasta 1873 que Antonio Guzmán Blanco repatriaría sus restos al Panteón Nacional. Hoy, aunque hay municipios y pueblos con su honónimo, no es Falcón, sino la apatía histórica y la selectividad por los personajes que recordamos, lo que le mantiene enterrado en el olvido.
José Tadeo Monagas: El Sí, pero no
Con este existe algo de polémica, y vale la pena entrar en contexto para comprenderlo. José Tadeo Monagas (1784-1868) gobernó el país en tres oportunidades: La primera, entre 1847 y 1851, donde se rebeló contra la hegemonía de Páez y sus gobiernos títeres; la segunda, entre 1855 y 1859, donde intentó consolidar su propia hegemonía junto a su hermano, que terminó abruptamente por un golpe de Estado y desembocó en la Guerra Federal. La tercera, fue en 1868 tras derrotar a Bruzual en la Revolución Azul, y duró hasta su muerte ese mismo año (Dulce karma).
El problema que hace a Monagas bailar en un limbo, entre si murió o no en funciones, está en que, a pesar de ser la cabeza de la revolución y preparar a todo el Congreso para presentarse a la Presidencia como el obvio candidato ganador, el destino le jugó una cruel broma y falleció de una pulmonía el 18 de noviembre, en plena campaña.
Si no llegó a asumir la presidencia, entonces, ¿Por qué está en la lista? Pues sencillo: Monagas era quien daba las órdenes. Aunque el mandato interino recaía en Guillermo Tell Villegas, era José Tadeo el que realmente dirigía desde su cargo como Comandante en Jefe del Ejército. Además, es evidente que las elecciones estaban hechas a su medida para que ganara, tanto así, que tras morir, fue su hijo José Ruperto quien ocupó su lugar y terminó siendo nombrado. Así, Monagas arrebató a Bolívar y a Páez su aspiración de ser el primer caudillo venezolano en morir en la silla presidencial.
Francisco Linares Alcántara: La muerte misteriosa
Otro presidente pasado por alto en los cursos de historia, es Francisco Linares Alcántara (1825-1878), quien gobernó el país entre 1877 y 1878 (De forma legítima, para variar) bajo el apoyo de Guzmán Blanco. Aunque estuvo sólo un año en el poder, fue conocido como El Gran Demócrata, por romper con varios paradigmas del Guzmancismo y dar amnistía a los perseguidos políticos. También envió al Panteón Nacional los restos del Dr. José María Vargas, lo que se agradece.
Linares ya se había ocupado de la presidencia interinamente durante el septenio del "Ilustre Americano", por lo que era de su entera lealtad y confianza; pero cuando le tocó mandar por su cuenta, se deslindó bastante de él e incluso apoyó de forma discreta la ola de protestas anti-guzmancistas que sacudió la nación por esos días.
Aunque su período iba a ser de sólo tres años, no pudo concluirlo pues, en 1878, enfermó gravemente durante un viaje de Caracas a La Guaira, y murió el 30 de noviembre de un paro respiratorio tras nueve días de agonía. Aunque oficialmente se tiene que una bronquitis fue la causa inicial de su deceso, actualmente se ha extendido bastante la hipótesis de que fue envenenado en un banquete. En un artículo publicado en el portal
abrebrecha.com, Adalberto Pérez Ramírez no duda en sospechar que el propio Guzmán Blanco pudo ser el autor intelectual del magnicidio debido al roce entre ambos y que, posteriormente, fue él quien lo sucedió para mandar otros cinco años más.
Para muchos puristas históricos, Linares Alcántara es el verdadero primer muerto en la presidencia, y constitucionalmente lo es, a pesar de lo que ya he argumentado antes. Lo cierto es que con él, los venezolanos vieron su primer funeral de Jefe de Estado. Apenas un mes después de su muerte, fue llevado al Panteón Nacional por orden del presidente encargado, Jacinto Gutiérrez.
Juan Vicente Gómez: El vitalicio
He hablado mucho sobre hegemonías ya: Páez, Monagas y Guzmán Blanco quisieron ser, cada uno a su manera, un "Padre de la patria" para mantenerse en el poder hasta su muerte; pero sólo Monagas lo logró, y a medias. Pero si hubo una figura que sí pudo imponerse por más de 27 años en la silla hasta que lo sacó la Parca, fue el "Benemérito", Juan Vicente Gómez (1857-1935).
Tuvo el que quizás fue el mandato continuo más largo de la historia nacional, aunque ciertamente se apoyó de gobiernos títeres como Gil Fortoul, Juan Bautista Pérez y Victorino Márquez Bustillos (Quien aspiró a la presidencia legalmente en 1941, pero de haber ganado estaría hoy en esta lista). Evidentemente los puso para mantener la facha constitucional, pero por breves y poco relevantes, es más usual decir que Gómez gobernó corrido durante todo ese tiempo, pues nunca dejó de estar a cargo de las Fuerzas Armadas.
Llegó al poder a través de un golpe de Estado a su compadre, Cipriano Castro, y repasar los pormenores de su régimen sería extenderse más de lo necesario en algo que ya es altamente conocido. Pero hay que decir que, en su dictadura, cambió la constitución cuando quiso, controló los poderes públicos a su antojo, persiguió brutalmente a sus disidentes y se rodeó de aduladores que lo elevaron al pedestal más alto. Fue vivo ejemplo de la frase de Bolívar, "Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el Poder...", sin embargo, al ser tan odiado y amado en partes iguales, hace inevitable ver la similitud con el otro presidente que cierra la lista y motivó la creación de este artículo.
La muerte sorprendió a Gómez envejecido, con 78 años, en su quinta de Maracay, tras luchar penosamente con el colapso de su cuerpo, entre la diabetes y problemas de la próstata. Falleció el mismo día que El Libertador, cosa que ha sido puesta en duda muchísimas veces por varios escépticos. La Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina (1982) asegura que sí murió en esa fecha, pues existe registro de que, después de sufrir un paro cardio-respiratorio el 15 de diciembre, aguantó hasta la noche del 17.
"Estaba somnoliento, pero conservaba el conocimiento ya que conversó con su hijo Florencio a las 3 de la mañana del día 17 de diciembre y en la que le preguntó por el piloto Pombo, de quien tenía un buen concepto y también por Luis Branger, su compadre, lo mismo el día que era del mes, a lo cual al contestarle que era diecisiete de diciembre le respondió: Ajá, qué bueno, qué bueno.." (p. 101).
Carlos Delgado Chalbaud: La bala que cambió la historia
Después del Gomecismo, Venezuela se embarcó en un largo y atropellado camino hacia la democracia. En 1948, el primer presidente electo por voto universal, directo y secreto, Rómulo Gallegos, partía derrocado por un Golpe Militar. Para el mayor de sus dolores, entre el grupo de jóvenes oficiales que entraron ese día en Miraflores estaba un hombre al que había apadrinado años atrás en el exilio, y que llegó a considerar un hijo putativo. Su nombre era Carlos Delgado Chalbaud (1909-1950), y pronto se convirtió en presidente de la Junta Militar.
Delgado Chalbaud ya había incursionado antes en aventuras de ese tipo, pues en 1945, jugó junto a su cuñado, un tal Marcos Pérez Jiménez, un papel importante en el golpe que sacó a Isaías Medina Angarita, y formó parte de la Junta de Gobierno, antes del trienio Adeco. Su gobierno, al igual que los antecesores que tuvieron su mismo destino, se caracterizó por marcar serias diferencias con respecto a los intereses del status quo, pues quería dar un rumbo constitucional a su mandato.
El 13 de noviembre de 1950, un grupo de más de veinte hombres, en cinco autos, interceptó el vehículo presidencial en la bajada del Country Club, cuando Delgado Chalbaud era llevado a su residencia en Chapellín. Los sujetos sometieron a la comisión presidencial y los llevaron a la quinta Maritza, en Las Mercedes, propiedad del millonario Antonio Aranguren. Al llegar, surgió un hecho irregular en el que los captores acabaron por disparar al presidente y su edecán, matándolos en el acto. En este
portal, hay una crónica bastante buena sobre el suceso que recomiendo leer.
El autor del plan fue el ex-gobernador de Amazonas, Rafael Simón Urbina, quien tenía una vieja rencilla con Delgado Chalbaud, pues éste se negó a ayudarlo en un juicio por peculado que tuvo décadas atrás. Al igual que en el caso de Linares Alcántara, existe un seria suspicacia acerca del trasfondo que detonó el primer magnicidio de nuestra historia. Urbina, aseguró que actuó por cuenta propia para que Pérez Jiménez ascendiera al poder, aunque nunca pudo probar el vínculo entre ambos. No obstante, que el acusado muriera baleado por agentes de la Seguridad Nacional días después de ser capturado, hace volar cualquier cantidad de teorías, a veces justificadas.
Efectivamente, la muerte de Delgado Chalbaud abrió paso para la instalación de una de las dictaduras más polémicas del siglo XX.
Un país sin pasado
Con todo lo antes explicado, creo que ya he escrito suficiente como para hablar más en algo que sigue vivo en la memoria colectiva. Los detalles y consecuencias de la muerte de Chávez son un acontecimiento en pleno desarrollo, y aún tras pasar ya cinco años, siguen quedando muchas incógnitas dignas de todo el velo de misterio y sospecha que ha cubierto a los últimos difuntos presidenciales.
No obstante, quiero aprovechar para resaltar un hecho que resulta tan curioso como perturbador a la vez: Venezuela es un país donde ya no quedan ex-presidentes vivos. Rafael Caldera, el último presidente constitucionalmente normal que hubo antes de la llegada del chavismo, falleció hace ya nueve años, en una navidad. Ramón J. Velásquez, quien terminó el período del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993, falleció el 24 de junio del 2014 a los 98 años; incluso Octavio Lepage, quien fue interino por dos semanas tras la destitución de Pérez, nos dejó el año pasado a sus 93 años.
Como único remanso de gobiernos pasados, sólo queda el breve y caótico meollo del 11 de abril de 2002. Así, Pedro Carmona Estanga y sus 47 horas de gobierno fáctico, y Diosdado Cabello, quien asumió interinamente al restituirse el hilo democrático por ser vicepresidente, mientras Chávez regresaba de La Orchila, son técnicamente los últimos ex-presidentes con vida.
En las casi dos décadas que lleva el siglo XXI, el correr del tiempo ha pasado factura. La duración de un mismo proyecto ideológico, sin alternabilidad, esfumó los vestigios de otras épocas, de otros líderes que tuvo la nación.
La "Cuarta República" está en los cementerios. La "Quinta" también. Ahora tocará observar cómo continúa el paso de los años, y si en un futuro, se volverá a ver a los ex-presidentes alargando su legado desde los curules de un Senado y no como bustos fríos para visitar en sus mausoleos.